por la carretera

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Instagram: @alexandersorel

lunes, 20 de abril de 2015

Estar ahí, bien alto, en tantas formas distintas


Estar ahí



Y estar ahí, cruzando montañas, ríos, lagos,
con sol, con lluvia, con nieve, con granizo, con viento, con niebla,

Y estar reseco, mojado, helado, adolorido,
con la mochila encarnada en los hombros y un lago en cada pie.

Y no importa

Y es que atrás del frío, del dolor, del cansancio, del hambre, de la falta de sueño,
ahí, al fondo,
está esa chispa que lo enciende todo, que genera esa energía que nos mueve;

Y es que, simplemente, la montaña es sublime.



jueves, 9 de abril de 2015

Un caramelo



Habíamos caminado por dos días, pasando de Chavín a Olleros. El paso es un camino comercial pre-incaico, con unas escaleras de roca que llevan siglos colgando de la montaña. Ahora se utiliza mayormente como un recorrido turístico, pero los arrieros y el ganado son comunes en el trayecto; salvo, claro, el abra, a 4700 de altura.


Y ahí veníamos, tras haber atravesado el paso Yanashallash, con lluvia y viento, para luego recibir el sol abrazador de la ladera, en cuyo crepúsculo nos sumergimos en la ciénaga para llegar al refugio que nos miraba desde un cerrito, prometiendo descanso. La mañana siguiente fue soleada, con un cielo azul que contrastaba con el imponente y amenazante negro de las nubes que acompañaban a la montaña, constantemente. Ese sol quemante, que lucha con ese viento fuerte, que ruge desde las rocas como el jaguar.

Y salimos de Sacracancha, con los bototos colgando de la mochila, absorviendo rayos para secar el río acumulado por el camino. La caminata al sol, empujados por el viento, se hizo liviana pero profunda. Ese instante, en ese lugar, en ese momento fue, para nosotros, la felicidad. 

Y ahí estábamos, caminando, cuando a lo lejos vemos el ganado acompañado por su pastor. Uf, qué viaje... no sé si es la contaminación de los medios en mi mente, pero ese botija era igual a "Pedro", el de Heidi. Weón, si llevaba la misma ropa, ahí en las montañas, arreando el rebaño. Se acercó. Nos saludamos. Iba hacia el mismo lado, así que caminamos juntos. Hablamos del viento, de la lluvia, del sol, del frío, del ganado, de los turistas, de la vida en la montaña... cuando su casa se empezó a divisar se despidió:

- Chao.
- ¿Esa de allá es tu casa?
- Si ¿Tienes un caramelo?
- No, traíamos unos arroces, pero los comimos anoche.
- Ah.

Seguí mi paso, el subió la ladera y nos fuimos despidiendo con la mano en la distancia. Quedé pensativo. Andaba con un par de "cañonazo" en la mochila -son lo mismo que los "golazo" en Chile, pero con otro nombre, aunque mismos colores, tipografía y todo...

No sé bien por qué. Nunca me lo había planteado a fondo, pero no me gusta que me pidan cosas. No me considero alguien egoísta, no tengo problemas con compartir. Si estoy comiendo algo y llegas, dale, compartimos. O si estás ahí, también. De hecho, compartir un chocolate es como compartir un mate, sentir y dar placer, crear cómplices, compañeros. Pero no ando dando cosas por la vida.

Me irrita profundamente que me pidan plata en la calle. Los "mendigos" o los niños, no así los artistas, o los cabros colectando pa la toma, por ejemplo. Es que me evidencian. Me conflictúan. No sirve de nada que de una moneda. No voy a mejorar su situación. Hay que hacer otras cosas. Y ahí te cuestionai que el sistema y que la pobreza y la riqueza y la política y la economía y la educación y la cacha de la espada. Al final tomé la bici y me fui a la cresta.

Y es que me conflictúa. 

Y ahí está "Pedro", pidiéndome un caramelo. 

Y claro, un día apareció un gringo, de esos re filántropos, que viajan y sienten pena por la injusticia del exótico tercer mundo, y van por latinoamerica regalando monedas, dulcecitos, y sacando fotos ¡Son tan buenos y concientes! Y la gente se acostumbró a que le regalen weás.

¿O en realidad fui desatento y debí compartir algo?

Por ahí, fuera de la cámara, están "Pedro" y su rebaño...

-¡Voh dale, pedaléa!-